Ese día lo perdí para siempre.
No necesité que me lo diga, no tenía que mirarme, lo sabía. Nunca he sido de escuchar a otros cuando de amor se trata, siempre tuve cuidado. Tengo, tuve; creo que he empezado a aprender a escucharme, se aprende de los errores.
Y esa vez no pude escuchar(me), no tenía intención de romperlo, no sabía que iba a borrar parte de su sonrisa para siempre, ¿cómo alguien puede vivir recordando eso?, ¿cómo se supone que se sigue si lastimaste a la persona que más te hizo sonreír?, que podía pararse de cabeza en la calle y cantarte sólo para liberarte, que te sabía, que sabía exactamente donde tocar y como. Que estaba ahí, a pesar de los golpes que le diste, de las malas caras, del poco amor que soltaste por miedo, por eso que llaman miedo; no intento correr lejos de ti. ¿Cómo se hace para imaginar que nada de eso pasó?
Ese día, lo perdí, y me atrevo a decir, que fue para siempre.
No tuve intención de pegarlo, no puedes usar tus manos para arreglar algo que acababas de destruir, mis manos seguían sucias y temblaban; de miedo. Temía correr en dirección contraría, pero más temía correr hacia él, porque sabía que iba a volver a abrir sus brazos y pararse de cabeza si fuera necesario. Ese día no sólo lo perdí, entendí todo lo que me había enseñado, le encontré significado a sus palabras y a esos abrazos que los había guardado por si me llegara a faltar, lo sentí.
Ese día lo perdí, pero me dejó esa sonrisa pegada en mi labio derecho; y aún, y a pesar del tiempo, esa sonrisa es lo único que no voy a perder.
Hasta siempre; hasta ti.
Una vez alguien me dijo que los hombres y las mujeres no aman igual, que la mujer siempre entrega más; no lo creo.