A Carlos le supo a nada verla bailar con otro, se sentó en la última mesa sin perderla de vista; veía como giraban, reían y como Guillermo ponía sus manos alrededor de su cintura, no tenía si quiera intención a pestañear. Tragó saliva y se fue a lavar la cara para despejarse un rato, regresó para seguir persiguiéndolos con la mirada, estaba a una distancia decente, donde podía disimular mientras los veía. Guillermo la apretó contra su cuerpo y recogió sus cabellos, el pobre de Carlos no sabía donde meter sus ganas, del coraje pasó a la tristeza y viceversa.
Bailaron toda la noche y Carlos los vio.
Ella dejó de bailar y quitó las manos del hombre con el que había bailado, se despidió y sin interés alguno lo dejó en mitad de la pista sin decir su nombre, sin una sonrisa. Ella no tenía como ir a casa y Carlos sabía perfectamente donde vivía.